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viernes, 8 de junio de 2012

La rebelión de los excluidos Por Nestor Hernando Parra

Bogotá. Parecería que Francia estuviera predestinada a ser la cuna de las revoluciones: la de verano de finales del siglo dieciocho, la de primavera del veinte y la de otoño del veintiuno. Todas inconclusas. Podría insinuarse que la respuesta a la reconquista por la vía económica fuese la invasión territorial de Europa por los conquistados de ayer. La migración de los pueblos de la orilla sur de la cuenca mediterránea, otrora colonias españolas, francesas, italianas, inglesas, así como la del antiguo Reino Otomano y la del África Negra no es tema nuevo. Más reciente es la oleada de inmigrantes de nuestra América: indios, afro descendientes, mulatos y mestizos. A todos ellos les es común la pobreza, la desigualdad, el desempleo, la exclusión social y la esperanza de superar todas esas lacras que laceran su existencia, emigrando hacia “eldorado” europeo, sueño candoroso en busca de subsistir como humanos. Anne Hidalgo, Teniente de Alcalde de París, Sevillana de nacimiento, decía en reciente reportaje que las buenas épocas de acogida para hacer realidad -así sea en parte esa aventura onírica- están marcadas por la demanda de empleo, generalmente de mano de obra para oficios artesanales o ciertas labores repudiadas por los trabajadores locales. Así fue como Alemania se llenó de turcos. Sin embargo, contar con un ingreso no les garantizó la integración a la cultura de acogida. Ni siquiera a las posteriores generaciones nacidas en suelo germano se les concedió la ciudadanía. Los gobiernos poco hacen a favor de los inmigrantes. En gran medida los ignoran. Siguen desamparados, mayoritariamente negados como seres humanos, tal y como les sucedió a los españoles en su obligada diáspora en el siglo pasado. Es el origen de los guetos. Los forman los excluidos, los rechazados, “los otros”. En ellos nace y crece el resentimiento, la desesperación, el deseo de venganza. Allí surge, como en el invadido Irak de hoy, el orgullo de los derrotados, que se vuelve un sentimiento larvado que, no se sabe cuándo ni dónde, irrumpe violentamente. Hay otro elemento común: los inmigrantes invasores, legales o “sin papeles”, los que logran sobrevivir a la odisea de atravesar mares impredecibles o saltar murallas hostiles, provienen de pueblos conquistados y explotados por los feudos del territorio europeo, reconvertidos en Reinos y más recientemente en democracias. Hubo un día en el que esos pueblos se liberaron de sus antiguas metrópolis y ganaron la llamada independencia. Los americanos mediante las guerras de la revolución que comenzaron en el siglo XVIII y se extendieron con intensidad a comienzos del XIX. A los del continente negro también llegó el día de la liberación al finalizar las dos guerras mundiales, particularmente con el patrocinio de Naciones Unidas que en 1960 promovió la descolonización. Todo aquello a pesar de los contrapesos que Francia armaba con la creación de la Comunidad Francesa en 1958 y, cinco años antes, la Gran Bretaña con la Federación de Rhodesia y Nyassalandia. Argelia también tendría ese día, tras una intensa guerra, victoriosa en 1962. Esa nueva oleada surcó el Atlántico hasta llegar a Jamaica, Barbados, Trinidad y Tobago y Guyana que recibieron el reconocimiento a su independencia en la primera mitad de los sesenta. Y a Surinam en 1975. En ese mismo año, España, agonizante el “generalísimo”, cede, tras la marcha verde, soberanía a los pueblos de Marruecos y Mauritania. Hace más de tres decenios que presidí una Misión del Consejo de Naciones Unidas para Namibia –por entonces apropiada por Sur África, situación que mantuvo hasta 1980-. Oportunidad que me sirvió para valorar, con otros cinco embajadores, la calidad de los conquistadores que expoliaron los territorios africanos y a sus habitantes aborígenes. Constatar, por ejemplo, que en África Central, después de ese larga y bárbara invasión, los colonizadores no formaron ni siquiera a un médico nativo. A manera de acto de compunción, volcadas en procurar el desarrollo humano, era notoria la presencia de los organismos multilaterales y de las agencias gubernamentales europeas de cooperación internacional, entre las que sobresalía la de los pueblos escandinavos que poco o nada tuvieron que ver con la conquista del continente negro. En plena guerra fría, se apreciaba la captación de talentos por la URSS y la República Democrática Alemana para formarlos en sus universidades. Años más tarde tuvo también presencia política la China de Mao hasta formar el cinturón rojo que los amarillos habían logrado ajustar estratégicamente. Hasta Fidel tuvo oportunidad de enviar a sus milicianos caribeños a luchar contra la guerra colonial portuguesa, y al denominado “FRENTE POLISARIO” en la franja magrebí y sahariana, situación congelada por Naciones Unidas hace más de dos decenios. Hoy, en la era del Nuevo Imperio las terapias se basan en la aplicación de la violencia legítima, la del Estado. La solidaridad no es fuente de inspiración política. La nueva “pandemia” no viene de oriente, ni tiene nada que ver con los inofensivos pollos. Viene de las llamaradas nocturnas de París que ya se extienden por la geografía francesa. No tiene origen biológico, sino sociológico. Nace, crece y se contagia entre los seres humanos sumidos en la extrema pobreza por quienes ostentan la extrema riqueza. No hay vacuna ni inmunidad posibles, así se utilicen gases lacrimógenos, pues a los excluidos ya no les quedan lágrimas por verter. Tampoco son inmunes los virreinatos subdesarrollados donde pululan los excluidos que no han podido emigrar. La pandemia se origina también en la economía, la que rige el insensible mercado ante la indiferencia de los gobernantes que, al precio de mantenerse en el poder, subvencionan, protegen y atraen al gran capital. Los dueños del poder, económico, mediático y político, creen que el dinero y las armas todo lo pueden. Sí, pero hasta cuando la copa se llena y explota como la botella de Leiden. La lucha democrática que merece librarse en este siglo, ¡ya!, es contra la desigualdad, y la única forma de ganarla es mediante la solidaridad de los pueblos, nacionales e internacionales, inclusive la de capitalistas inteligentes. .- Tomado de: -http://www.encolombia.com/medicina/materialdeconsulta/Tensiometro100.htm

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